Las vitaminas son micronutrientes que deben se suministrados con una alimentación correcta o por el sol (caso de la vitamina D), ya que el organismo humano es incapaz de producirla.
Se denominan así desde principios del siglo XX porque se suponía que todas poseían un aminoácido (la molécula básica de las proteínas) en su constitución: vitaminas o aminas de la vida.
Se encuentran repartidas de forma desigual entre los diversos alimentos y son compuestos imprescindibles para el metabolismo de las células (crecimiento, mantenimiento, recuperación) en cantidades mínimas insustituibles.
Actúan como “microprocesadores”, a modo de conductores o reguladores de la bioquímica celular, aunque no aportan calorías ni tienen efecto constructor como el de las proteínas.




































La vitamina A (retinol), que se encuentra en hígado, huevo y leche, es fundamental en la visón nocturna al actuar en la retina del fondo del ojo. También se le atribuyen propiedades tróficas de la piel, del sistema nervioso y del hueso. El gran precursor de la vitamina A es el beta caroteno, responsable del color en la zanahoria y presente también en tomate, lechuga y espinaca.
A la vitamina E (tocoferol), abundante en soja, cereales, hortalizas verdes y aceite de germen de trigo, se le atribuyen propiedades protectoras del aparato reproductor femenino y masculino, de las membranas celulares (arterias, sistema nervioso, músculos, corazón) y acción anticancerígena. Se le denomina la vitamina antioxidante por excelencia ((“rejuvenecedora”).






